jueves, 16 de junio de 2011

reflexiones sobre el porfirio diaz

A CIEN AÑOS, PORFIRIO DÍAZ[ 1 ]

Álvaro Matute

Repudiar el pasado es igual que tenerlo como paradigma: las dos actitudes chocan. La buena conciencia histórica aconseja la asimilación, aceptar sin endiosar. Amar lo no vivido o lo lejano debe tener implícito reconocerlo como fue, con todo y sus defectos, y de manera tal que éstos no borren las virtudes. Éstas y otras cosas del mismo tenor pueden ser dichas a propósito del primer cumplesiglos del arribo porfiriano al poder. Un aniversario como el de Tuxtepec no es propio para la Clío de bronce de acuerdo con la tradición revolucionaria, pero el historiador no debe rehuir la reflexión en torno al origen de un sistema político fundamental en la historia de México.
Para hacer pública mi reflexión, pido a quienes me escuchan que boorren de sus mentes muchas de esas ideas preconcebidas que circulan en torno al Porfiriato, tanto aquellas que lo señalan como el origen de todos los males mexicanos susceptibles de ser o haber sido erradicados por la Revolución, como las contrarias que lo entienden como la encarnación de todas las bondades que alguna vez le hayan acontecido a nuestro ser histórico, resumibles en aquellos de que si don Porfirio se hubiera retirado a tiempo, tendría una estatua del tamaño del Popocatépetl. El esfuerzo que pido no resulta fácil porque hay poderosas razones historiográficas que lo impiden. Por una parte, la tradición iniciada dentro del propio régimen hoy recordado y que culminó con un monumento: México, su evolución social, una magna empresa cultural donde la meta del progreso era la "era actual", momento histórico que superaba un pasado teológico, metafísico y, sobre todo, anárquico. La otra parte corresponde a la historiografía provocada por el 20 de noviembre, en la cual se juzga el régimen por lo que fue al final y no como un proceso con vida propia. No cabe aquí hacer una lista de obras, pero en muchas se deja ver esa manera de tratar los hechos. La conciencia histórica que podríamos llamar flaca, para decirle de algún modo, resolvería con demasiada simpleza las complejidades del acontecer. El Porfiriato es un régimen villano; su protagonista es execrable porque detuvo el proceso democrático del país. No debe negarse que lo hizo, porque efectivamente el titular de un largo gobierno autocrático sí contribuyó en mucho a detener el anhelado avance democrático. Luego, y dando por sentado que la Revolución rescató al país de tales oprobios, se llega al descubrimiento de que México ha recaído en la misma enfermedad, pero con manifestaciones diferentes. Una actitud como ésa recuerda aquel dicho italiano que reza: Piove!, governo laddro. Y como no debemos contentarnos con explicaciones simplistas es menester averiguar mas allá de lo fenoménico, a ver qué se encuentra.
Afortunadamente, también en vida del caudillo oxaqueño, otros lo hicieron: Justo Sierra, Emilio Rabasa, Manuel Calero, Manrique y Querido Moheno, Ricardo García Granados y Esteban Maqueo Castellanos, entre otros, sin dejar de mencionar al entonces muy popular don Pancho Bulnes. Matices diferenciales, pero sustancia similar se encuentra en muchas de sus reflexiones porfirio-democráticas. Como no se podía decir simplemente que el culpable de todo era el presidente autócrata era menester buscar culpas más allá del dominio presidencial. Y como los mencionados eran lo que hoy se llama elitistas, lisa y llanamente afirmaron que el pueblo mexicano Los mencionados, o algunos de ellos, reclamaban para sí el título de sociólogos y de acuerdo con la sociología propia de su tiempo se explicaron las causas de la ineptitud democrática del pueblo mexicano. Para algunos, la etiología del mal radicaba en factores metahistóricos tales como la alimentación deficiente; para otros, concretamente Rabasa, la razón provenía de la entraña misma de la historia: una ley inadecuada por lo adelantado que era no podía hacer funcionar correctamente a un país con un pueblo tan atrasado. Otros críticos de la situación, pero desde otra perspectiva, aceptaban implícitamente que el pueblo no era capaz de ejercer elcratos, pero encontraban una fórmula para hacer avanzar a ese pueblo, y por consiguiente, al gobierno. Eran los liberales de 1906, que veían claramente la necesidad de incrementar la producción agrícola, establecer condiciones laborales justas, educar y, luego, ejercer los derechos ciudadanos. Para llegar a lo último era necesario lo primero.
Volviendo a Rabasa, él señala que valerse de las facultades extraordinarias fue la clave descubierta por Ignacio Comonfort, continuada por Benito Juárez y usada y abusada por Porfirio Díaz para poder gobernar. Volviendo también a México, su evolución social, gobernar era lo que no se había hecho en el México independiente hasta el arribo de la generación de la Reforma. Y si Comonfort encontró la clave, las circunstancias y el tiempo le impidieron hacerlo. Juárez sí lo hizo, pero en condiciones de apremio, con los franceses encima; Lerdo tuvo que forcejear demasiado y, finalmente, el deseado, el esperado hombre providencial había hecho posible el anhelo 

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